ADAPTACIÓN DEPORTIVA

ADAPTACIÓN DEPORTIVA

«Lo sorprendente de cualquier juego libre es cómo nos atrapa» elduendebobó

El equipo estaba haciendo el precalentamiento físico solo por copiar algunas imágenes de jugadores profesionales que lo hacían por entonces. No sabíamos si servía para algo. Era la famosa entrada en calor. Hoy la ciencia lo nombra distinto pero hablando siempre de la misma cosa lo describe como “Acondicionamiento corporal precompetitivo”.  En ese  preciso momento o “trabajo” previo a cualquier partido cualquiera que sea un poco detallista descubre al más rápido, al más estirado, al más lento y… al más vago. Esa frase que dice “en la cancha se ven los pingos” es un perfecto resumen.

El club era un club del pueblo, como casi todos, hecho con el supremo esfuerzo de unos cuantos al principio, sostenidos por sus hijos o admiradores durante años y aprovechado por algún que otro puntero político para los meetings de su partido y para presentar promesas que dormirán en cajones imaginarios. Esa tarde calurosa la gente que nos invitó, había alquilado las instalaciones para recibirnos. Era una invitación humilde, amateur, pero con el corazón. Lo planeado era jugar un partidito y luego comernos un asado todos juntos, como debiera ser. Podría recomendárseles a los grandes cráneos que organizan el fútbol mundial un tercer tiempo, como en el rugby. Cuando el espacio lúdico se termina, cuando el juego se acaba,  la realidad somos nosotros con nuestras miserias y limitaciones. ¿Y porque no juntarnos luego de competir? Tendremos, los futboleros, que aprender de algunas reglas y algunas costumbres de otros deportes para crecer. Mientras tanto el fútbol, será chato. Solo un negocio que no regocija el ocio pero si que alimenta el odio.

El predio tenía, como pocos por entonces, tres vestuarios. Uno para el local, uno para el visitante y otro para el o los árbitros. Nos había tocado jugar en lugares donde había un solo vestuario y el local se cambiaba detrás de una lona. Con solo recordar esas historias no puedo creerlo. Aquella vez que desde antes de entrar al campo de juego soplaba un viento que levantaba las chapas del nuestro vestuario tanto, que parecía lo iba arrancar de cuajo y las otras veces, en que los vestuarios quedaban al cuidado del canchero, sin llaves ni candados. Ahí sí que si nos afanaban las pertenencias teníamos que volver caminado y con botines. El que siempre desconfió de los rateros de vestuarios fue el “Panadero”, apodo surgido por su profesión. Él se escondía toda la guita que llevaba en una bolsita de tela que le había hecho la mujer atada al cordón que ajustaba el pantalón y que quedaba apretada entre la tela y los testículos. Solía decir…”esta guita sí que me costó un huevo cuidarla”, por sobre todo luego de algún pelotazo en la zona.

El cartel pegado en la puerta de ingreso del vestuario del local decía “Acá solo entran hombres que quedarán en la gloria”. Inmediatamente salió de allí un anciano con un balde lleno de agua sucia, un trapo de piso colgado de su hombro y sosteniendo en la otra mano, una rama larga con una sopapa incrustada en una punta. La imagen resultaba tan bizarra que no es necesario explicarla. El alambrado que rodeaba la cancha tenía más agujeros que un queso gruyere atacado por polillas. De las dos pequeñas gradas que se construyeron para acomodar en lo más alto a los simpatizantes locales quedaban solo los esqueletos de hierro. ¿Los tablones? Anda a saber en qué asado terminaron de existir. ¡Y no quieran imaginar el estado del campo de juego!… Y como si esto fuera poco, como dicen los vendedores de variedades en los bondis, la red de los arcos era una falta de respeto a los pescadores. Por el agujero más chico se escapaba un tiburón y su familia. Tampoco puedo olvidarme del banco de suplentes al sol. Un montículo de tierra seca arrancado de la zanja que rodeaba aquella cancha. En fin, lo importante era jugar, lo importante era cumplir con el desafío que había nacido unos meses atrás en un torneo que jugamos en Chascomús. Aquella, había sido una competencia entre varios equipos por un premio importante. Este solo era un partido amistoso, ¡Bah!, amistoso. Eso lo podes decir cuando termina, si fue amistoso o no. Porque cuando la redonda empieza a rodar, se desatan todas las pasiones y todos los talentos. También todas las ganas y todas las impotencias.

Cuando terminamos con aquella entrada en calor, el árbitro, un hombre vestido de camisa a cuadros y vaquero, con mocasines y sombrero, nos advierte que cuando el toca él pito el partido se para y que lo que él dice no puede discutirse. Así la cosa empezó. El tipo caminaba la cancha menos que un elefante por un techo. Y como las líneas estaban descoloridas pidió que fuéramos leales, y que cada vez que se nos fuera afuera la pelota avisemos. Luego de toda esta adaptación deportiva a los recursos, al terreno, al referí y al sol, empezó el partido. Perdón. Creo que no les hablé del balón con que jugamos. Mejor, lo dejo para otro relato, porque estoy seguro, pero seguro de que no me van a creer.

                                                                                             elduendeoscar

Leído al aire en el programa 5 de “Al ángulo izquierdo, donde duele” por la Locutora Marguy Ibarra el día 12 de abril de 2017 en http://ultra1079.com.ar/

Imagen: Hugo Pata Maceroni

2 comentarios en “ADAPTACIÓN DEPORTIVA”

    1. El progreso ha hecho lo suyo y la comercialización lo otro. Pero creo en la reinvención. Como docente creo por sobre todo en los valores de los logros a pesar del «progreso y del capitalismo. Gracias por esa nota. San Rafael es hermosa.

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