EL MISMO PENSAMIENTO
“Haber vivido una vida distinta no nos impide pensar lo mismo sobre algunas cuestiones personales” elduendeácido
Antes de dar una vuelta entera caminando lentamente por alrededor del parque todos los días a la misma hora, se lo ve pasar a Don Hipólito rumbo a la iglesia de su barrio. A las 17 hs va a orar y luego hace la caminata que termina en su casa a eso de las 20 hs. Esa es su rutina de lunes a sábados, ya que los domingos juega a las bochas en otro parque de la misma ciudad.
Dicen sus vecinos que no le interesa conversar con nadie, que eligió la soledad una vez que enviudó hace como cuatro años. En su etapa activa de su vida laboral, fue maestro mayor de obra y su casa la hizo entera, desde las bases hasta los techos, desde las paredes hasta los pisos.
Su matrimonio duró exactamente 43 años y por más que lo intentaron, no tuvieron hijos. Su mujer tuvo una larga agonía por una enfermedad de las que no se curan, y que a uno lo va desmejorando de a poco. A pesar de no llegar a los 65 años y tener un buen aspecto físico, este hombre decidió quedarse solo para siempre. Sus pocos amigos de los domingos, se cansan de invitarlo siempre a alguna peña, a alguna milonga o algún asadito donde encontrarse con otra gente, tal vez, hasta con una nueva compañera. Pero el siempre se niega. Y sus días pasan así, según como ha elegido que pasen. En el barrio lo tienen como a una persona de buen humor pero de poca charla.
Muy distinta es la vida de Don Capristo, vecino del mismo barrio. Tiene la misma edad, pero se casó cinco veces. Enviudó cuatro y con la última mantiene una relación cercana que podría tipificarse como de “cama a fuera”. Con todas sus mujeres ha tenido hijos y si no tuvo más es porque la naturaleza se lo impidió. La naturaleza de ellas, de sus mujeres, ya que este hombre tiene hijos que van de los 48 años al último que tiene apenas dos años. Suele errarle al nombrarlos, pero a todos los quiere por igual. Dejó de ir a la iglesia cuando le dijeron que no podían casarlo con su actual pareja, cuando todavía estaba viva su anteúltima esposa. Capristo fue comerciante iniciado en la venta de artículos varios a los pasajeros de los viejos trenes y colectivos. Luego fue feriante, vendedor callejero y llegó a tener un pequeño supermercado. Según sus palabras este es un país que le enseño a ser ingenioso y haber aprendido cuándo comprar, cuándo vender, qué y cuanto comprar y qué precio o valor tienen las cosas. Gracias a los contactos y a su amplia experiencia, hoy vive del modo comercial llamado pasamano. Compra y vende por teléfono. Se queda con una comisión pequeña pero con eso, seguramente llegará mejor que con su próxima jubilación al final de sus días. A ninguno de sus hijos le faltó el techo y el plato de comida. Y a ninguna de sus mujeres el sexo. Las mujeres que son patronas o empleadas de los comercios de la zona ya lo conocen y si hubiera que destacar una opinión generalizada de este hombre en la voz de todas ellas, podría decirse que Don Capristo es un “Lancero” que siempre deja picando algún piropo con la excusa de que “por las dudas hay tener una velita encendida”.
Don Hipólito y Don Capristo se conocen y se saludan cuando se cruzan. Son como dos paisanos en un pueblo chico. Buenos días, buenos días. Lindo día, parece que se viene la lluvia o ¡Mamita qué frio! Pero no mucho más. Son vecinos no próximos, pero vecinos y nunca tuvieron una conversación algo profunda. En lo que más se parecen es que a ninguno le importa la vida que lleva el otro. Y hasta podría decirse que ninguno de ellos sabe qué vida ha llevado el otro.
Una tarde se encontraron en la panadería. A Don Hipólito le gustaban los bizcochitos con grasa que se hacían allí y a Don Capristo le gustaba la morocha que atendía, pero como excusa, compraba el pan nuestro de cada día. Ese encuentro dejó algunas frases que hablaba de sus vidas diferentes, pero que nadie fue capaz de refutar.
-¡El pan más rico de la cuadra se hace en esta panadería!¿No es cierto vecino? Dijo Capristo en voz alta, tratando de sacarle una palabra…
-Si bien el pan no es malo… ¡Yo vengo por los bizcochitos! Dijo Hipólito.
-Lo envidio sanamente, le respondió Don Capristo, yo tengo que cuidarme por el colesterol.
-Le confieso que es mi único vicio, agregó Hipólito y aclaró, por sobre todo luego de enviudar.
-Que hombre humilde que había resultado, continuó Capristo y acercándose con voz baja le dijo “Si yo le cuento mis vicios lo dejo con la boca tan abierta que no se come ni los bizcochitos”.
-No hace falta amigo. Para mí los vicios son como un pañuelo lleno de moco y prefiero no resfriarme. Afirmó Don Hipólito.
-De algo hay que morirse Don, no vamos a quedar ni en el recuerdo. Respondió Capristo.
-Yo prefiero una vejez tranquila donde nadie me moleste. Espero no ofenderlo. Replicó Don Hipólito.
-Lo entiendo. Por cómo he sido, yo jamás tendré tranquilidad, pero le digo, que estar entretenido es ser feliz. Sentenció Don Capristo.
-¡¡Cada uno encuentra su corneta y la toca como quiere!! Aseveró Don Hipólito, mientras pagaba por sus bizcochitos. Y se fue dejando en el aire un silencio que se llenó de preguntas.
Mientras caminaba a paso lento, Don Hipólito con sus bizcochitos en la mano, pensó exactamente lo mismo que Don Capristo, que se quedó mirando cómo se alejaba: ¡Pobre hombre!
elduendeoscar
Relato escrito para ser leído en el programa 15 de “Al ángulo izquierdo, donde duele” el 28 de junio de 2017 por la http://ultra1079.com.ar/
Imagen: https://www.etsy.com/es/market/antiguo_perro_pintura