AMOR MADURO (FRAGMENTO)

“Amor maduro”

«Siempre hay que estar preparado por si el amor golpea la puerta»

elduendebobo

                 Serían las dos de la tarde cuando recibí el mensaje de S, una interesante mujer diez años mayor con quien habíamos hablado muchas veces sobre asuntos del amor y de la vecindad. Estaba reposando luego de mi almuerzo breve pero aliviador. El mensaje decía “Hola soy S, si tenés un ratito antes de las cinco tomamos unos mates, ¿te parece?”. Era la primera vez que se comunicaba a mi número. Contesté: “¿Si, dónde? Y rápidamente respondió “en casa”. A los diez minutos y también por primera vez pasé por la puerta de su hogar acomodándome en un amplio sillón del living que ella me señalo. Un día antes me había contado que el esposo tenía un “Congreso” todo el fin de semana, cosa que a pesar de tener sesenta años hacia asiduamente, posiblemente con la excusa de mantenerse actualizado. La esposa, mi compañera de mates y confesiones, no le creía, pero se daba cuenta que a su esposo hacer esos viajes largos le hacían bien. Al volver se lo veía renovado como con nuevos bríos.

Ella era en todo caso, ciertamente solidaria. Sus hijos ya grandes y con familia habían emigrado a Europa diez años atrás y los veía todos los años cuando se organizaba de tiempo y de dinero para hacerles un viaje de visita.

Típica mujer sin necesidades materiales que se sentía sola. Había encontrado en mí, a un tipo que la escuchaba atenta y detalladamente.

El eje de nuestra charla esa tarde fue una especie de testeo, preguntas triviales de nivel informativo con un interés mutuo; ir tomando confianza.

Estaba un poco excedida en perfume pero se mostraba jovial y hasta pícara, cosa que hasta esa siesta no había ocurrido de un modo tan abierto y notorio. Mi estado civil me permitía esbozar cualquier expectativa, estaba solo y sin apuros. Y además, no quería tener ningún compromiso que me robará tiempo y esfuerzo. Por lo tanto, deseaba entretenerme sabiendo que no buscaba nada profundo y proyectable. Alguna vez, una amiga califico mi actitud como de “trabajo social” y otra me dio una definición interesante al decirme que yo era “un tejedor”.

Mientras íbamos compartiendo la merienda y viendo que ella estaba bastante entregada a lo que ocurra, le hice tres advertencias. La primera, como para ir encuadrando la cosa, fue pedirle que no dijera repetidamente la palabra “obvio” para contestarme, porque en boca de una mujer, esa palabra siempre me excitaba. Respondió diciendo “obvio que te voy a hacer caso”. La segunda advertencia, fue pedirle que se abrochara el botón que se había desprendido de su escote y me mostraba la mitad superior de sus senos. Acto seguido, se desprendió el siguiente. Mi tercera y última advertencia fue decirle que: si me quitaba el pantalón no me iba a olvidar jamás. Creo que mi última advertencia la provoco de más.

Aún hoy me recuerda, viuda y desde Europa…

(Fragmento de “Mis cuatro amores”, cuento de elduendeerótico).