Anécdotas de playa y postales

ANÉCDOTAS DE PLAYA y POSTALES

Quienes me conocen saben de mi placer de estar frente al mar. Desde que lo descubrí a los 8  años ha sido para mí, un paisaje misterioso, fascinante y poderoso. En mi visita por las playas suelo escribir describiendo un poco las costumbres, un poco hechos, personajes y casualidades que se dan en las playas. Les convido algunas…

Esta serie de relatos tiene como destino hacer de la cultura pagana de vacacionar en las playas, el rescate de algunas historias para entretenerse y pensar en que todo es posible. Son experiencias personales en distintas costas mezclando realidades y ficciones junto a relatos de terceros.

elduendeoscar

Lo más pancho

No todas las playas están pobladas de vendedores. Las hay absolutamente privadas donde su atención depende de los concesionarios del balneario o del hotel que posee los derechos de uso. Hay playas exclusivas para socios como las de Itaparica, Brasil, donde el Club Med se encarga del all inclusive (todo incluido). Existen playas exclusivas para nudistas, como El Saler, en Valencia, España. Playas como Punta Rasa, en San Clemente, donde se puede ingresar con cualquier 4×4. En estas playas los vendedores escasean. Y verdaderamente la tranquilidad de estar frente al mar es otra cosa que cuando uno vacaciona en una playa plagada de ellos. Y dejo claro que no me perturba que la gente se gane el pan del modo que pueda. Lo que realmente me molesta, es cada cinco minutos escuchar:       -¡Churro-churro!, -¡Hay coca!, -¡Helaaaado! u otra cosa. Y también me perturba sentarme a diez metros de la orilla para observar lo maravilloso del mar y su inigualable sonido, y que por delante pasen o se detengan carritos de venta de todo tipo. Algunos con sonidos de músicas que no querés escuchar.

Por ejemplo me pasó, uno que vendía panchos, Hot dog (perro caliente en yanquilandia), se paró exactamente entre el mar y yo, con una cumbia berreta a 100 decibeles. Y gastronómicamente te ofrece: Una salchicha de no sé qué, de 20 centímetros, hervida, sobre un pan de Viena (?) abierto sobre un cartoncito que lo soporta. Y por encima y zigzagueante una mezcla de mostaza y mayonesa. Y como aderezo final, un casi puré de papa fritas. Si algo contradice la naturaleza, es un pancho. Para mí, comida pasatista. Tenés que estar muy al horno para matar el hambre con eso. Su costo es de dos dólares (promedio) mínimo. Con esa misma cantidad de dinero, en cualquiera playa la Barceloneta (España), te tomás una cañita (un vaso tipo trago largo de cerveza fría).

Eso si, te la tomás de lo más pancho.

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—————————————————SOBREPESO

Un hombre de unos cuarenta años caminaba con gran dificultad por su sobrepeso rumbo al mar. La tarde era calurosa y una buena refrescada se hacía innegable. Ingreso al agua hasta cubrir su cintura. Las olas, a pesar de su alta talla y gran porte, igualmente lo desestabilizaban. Durante unos cinco minutos esa escena ocupó mi atención y la de otros. En lo particular se me ocurrió pensar en cómo haría el guardavidas, para sacar a ese hombre del agua, si hubiera que hacerlo para salvarle la vida. Y se lo pregunté a un profesor amigo, que en las temporadas de verano hace esa tarea en una playa de Ostende.

Y él me contó que “…una vez un habitante de Europa del Este -según se pudo interpretar el idioma con que se manejaba- vacacionaba junto a su familia en una playa española. Este hombre pesaba alrededor de 150 kilos. Ingresó al mar como cualquiera hasta que empezó a tener dificultades para salir y empezó a tragar agua y dar manotazos. Allí, los dos guardavidas que vigilaban a los bañistas, salieron corriendo en su dirección y en un santiamén llegaron a él. Pero se encontraron con una dificultad inesperada. Habitualmente para sacar a alguien del agua, se lo toma por los brazos con una mano y con la otra se nada hacia la orilla junto al pataleo casi frenético para acelerar el auxilio. El diámetro de los brazos de este hombre en problemas era un impedimento, por lo que tuvieron que abrazar cada brazo (uno de cada lado) y empujar con sus pies hasta salir. Tanto fue el patear el agua que terminó agotándolos, pero lograron salvar esa vida. Este hombre, luego del auxilio, se sentó en una reposera en estado de shock y permaneció unas tres horas con los ojos abiertos y sin hacer ni una mueca”. Su familia mientras tanto, seguía jugando en la arena.

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Anécdotas de playa. Ostende enero 23 de 2018. Escrito en base a un hecho ocurrido en San Clemente y el relato de WA junto a JJ de su anécdota en Torrevieja, España.

—————————————————-Padres perdidos

Es una costumbre muy habitual en las playas, empezar a aplaudir cuando un niño se pierde de la vista de los progenitores. Cuanto más poblada sea la playa, más probable es que los menores se distraigan jugando y pierdan orientación respecto del lugar donde sus padres tienen las lonas o la sombrilla. Habitualmente es el guardavida quien levanta a upa al niño, y lo pasea por la orilla tratando de hacerlo visible. Los aplausos surgen espontáneamente por donde pasa y tal evento propone avisar a los señores papis. Se suman curiosos, ansiosos y aplaudidores al trayecto, que generalmente en cinco minutos se termina.

Estaba disfrutando de una lectura cuando oigo lo primeros aplausos. Me levanto de la silla para observar el lugar desde donde venía la procesión e identifico al bañero trayendo en sus brazos a un niño de unos cuatro años. Pienso, pobre niño. No solo está perdido, si no que tiene que subirse a upa de un desconocido y además ser observado por un centenar de personas que aplauden. ¿Llegarán a creer que son aplaudidos ellos por su travesura? El grupo caminó unos doscientos cincuenta metros y volvió sobre sus pasos. O sea, pasó dos veces por el mismo lugar. Volvieron a empezar el recorrido y en la mitad una madre, que solidariamente aplaudía junto con los demás, se levantó y fue a buscarlo. ¡Era el suyo! ¡Habían pasado dos veces antes por delante y con su hijo! y no se habían dado cuenta…

Tal vez la escuela de padres perdidos tenga hijos que se pierden.

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Anécdota de playa, Mar del Tuyú, enero de 2018

—————————————————-PELUQUÍN

Cuando instalamos nuestra media carpa a unos 30 metros de la orilla del mar, en plena arena blanda, no nos dimos cuenta. Era cercca del mediodía. Nos pareció extraño que hubiera ese hueco de arena sin habitantes habiendo tanta gente. Luego de acomodar los bártulos playeros empezamos a visualizar al “vecindario” que nos rodeaba. Familias con hijos, adolescentes con música, parejas grandes solas y algunos solitarios eran los pobladores de esa tarde. Sumados los carritos de venta de panchos, choclos, prendas, licuados, gaseosas, agua caliente, helados y los infaltables churros y bolitas rellenas. Así la playa es una analogía transmutante de lo que es una ciudad y nunca entendí a qué se le llama vacaciones en la playa. Ese gentío y todos sus ruidos son parte indisoluble del paisaje de los descansos veraniegos de los pobres.

Luego de un rato nos dimos cuenta. A dos metros de nuestra pequeña carpita, había tirado sobre la arena un peluquín de pelo negro. Inmediatamente supusimos que un viento fuerte podría haber deschapado a alguna cabeza pelada o que alguien habría hecho un festejo la noche anterior y ese adminículo hubiera formado parte de un disfraz. Hasta ahí todo bien. Pero nos empezamos a preocupar, ya que la gente al verlo, lo esquivaba como con asco y miedo. Y se nos cruzó la idea de que pudiera ser parte de algún ritual maléfico. Creo que como parte de mi neurosis llegué a pensar que tal vez hubiera alguien enterrado y que no sería un peluquín, sino, el pelo emergiendo a la superficie. Casi contaminados por las conductas del resto, charlamos la idea de movernos de allí seriamente. Pero no lo hicimos.

En un momento, una paloma se acercó, lo picoteó varias veces, lo atrapó en su pico y se lo llevó. Tal vez para su nuevo nido.

Anécdotas de playa, SAN CLEMENTE DEL TUYÚ ROMANO, 22 DE ENERO DE 2018

——————————————-GROSO-GROSO

Ayer en la playa, el viento hizo volar una sombrilla que le pegó en la cara a un tipo muy musculoso que se estaba yendo.        Sorprendido y lastimado, se quedó paradito en el lugar donde estuvo clavada, junto a objetos cubiertos por una pequeña loneta.                      Cada tanto se tocaba la cara como para aflojar el dolor del golpe. Mirando para todos lados, insultaba en voz baja.                                                Muchos testigos sin moverse de su lugar estaban esperando el desenlace.                            Una hora después llegaron los propietarios.  Dos ancianos de unos setenta años que caminaban muy despacito sobre la arena.            El fornido tipo besó a la señora y saludó con un leve apretón de manos al abuelo.                          Pude escuchar que dijo… «Me quedé cuidando sus cosas para que no se vuelen»                        Groso

(Anécdotas de playa, San Clemente del Tuyú Romano)   21 DE ENERO DE 2018

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