Muy a pesar de ser un día de verano por este lado del hemisferio sur, quiero recordar o invitarlos a descubrirlo; en la Patagonia, hace frio, por sobre todo de noche.
Hice acampe en una estación de servicio San Carlos, de Caleta Olivia, que mira al mar y recibe la fresca ventisca que de madrugada se acercó a 9°, casi a 2° de sensación térmica, por lo que me tapé con dos cobijas por primera vez en el viaje. Si bien estuve reparado entre camiones, el fresco enfrío mi habitáculo.
Preferí hacer noche sin entrar a la ciudad, casi a un kilómetro antes de ella. Particularmente para mentalizarme en los kms del siguiente día, y estar bien descansado para ese tramo.
Caleta Olivia es una ciudad petrolera al norte de la provincia de Santa Cruz, pegada a la costa Atlántica. Es la segunda en cantidad de pobladores y está muy relacionada económicamente con Comodoro Rivadavia. Sus playas son con mucha piedra y la región tiene un sistema de sierras antiquísimas. En este viaje, resulta una parada valiosa, ya que las distancias en el sur, entre ciudades es mucha.
Para llegar a Rio Gallegos estarían faltando unos 700 kms.
Claro que luego de cenar dentro del hotelito viajero, se me ocurrió pensar sobre lo artesanal como elemento central o periférico de la vida, para darle un cierre al tema.
Lo artístico en las decisiones, las actitudes y las creaciones, establecen un modo de vida con una sintonía fina con el sentir, que plantea una serie de realidades muy cercanas y propias.
La diferencia entre poder ordenar y pagar a alguien para que construya una casa y hacerla con las propias manos, es muy grande.
La diferencia entre el producto expresado de modo original y una fotocopia, es abismal.
La diferencia entre ir a comer a un restoran y cocinar para uno, es monumental.
Podría dar muchos ejemplos, pero sería aburrido. Busco encontrar una razón para entender, en todo caso, porqué hay personas que no disfrutan o no se animan a funcionar de ese modo.
Recordé unas vacaciones en la playa, exactamente Santa Teresita. Estaba tirado sobre una loneta y bajo una sombrilla a unos cinco metros de una familia, compuesta por padre, madre, bebé en edad de teta y niño de unos 6 años.
Cerca de las 2 pm el infante inició una construcción típica de un castillito con agua y arena. O mejor dicho algo que se parecía a un castillo con puente. El padre lo ayudó por un rato. Luego se acostó a dormir la siesta sobre la arena.
El niño continuó su labor de un modo comprometido y serio. Viajaba hasta la orilla y se traía un balde de agua hasta la construcción. Mientras manipulaba arena creando ese algo, hablaba, gesticulaba y se reía. Todo un buen síntoma de la felicidad. La madre amamantaba y cada tanto supervisaba a distancia la actividad del pequeño.
En un momento el padre se despierta. El niño había salido en busca de más agua para su castillo. El joven padre no tuvo la mejor idea que pisarle lo edificado sin que el niño lo viese. Se acomodó en una reposera disimulando su atentado. El niño que venía casi flotando de felicidad, al ver semejante destrozo, se puso a llorar desconsoladamente junto a su madre. Por más que el padre quiso invitarlo a reconstruir lo roto, el niño no dejó de llorar. La escena se terminó en una discusión matrimonial.
Tal vez este recuerdo sea, para recordar que también existen artesanos de la maldad.
En el fútbol existe el concepto talento, no distingue a jugador creativo del jugador destructivo, cada uno con su talento. Pero las páginas de ese deporte que necesita de goles, no valora a ningún picapiedras por sobre el habilidoso, el artesano.