Mis tres pedos

Mis tres pedos

En primer lugar, quiero aclarar que el título se refiere a tres momentos de mi vida en los que me emborraché. No tiene que ver con cuestiones digestiva. Tenemos un idioma que puede confundir, si no se explica el punto al que va dirigido.

Era un adolescente trabajador. La pobreza nos metía en un rincón constantemente. Y trabajar hacía de mi existir algo digno. Dejé mis estudios por entonces para mantener el plato lleno. Verdaderamente nunca había bebido, ni siquiera para probar. En vista de los ejemplos familiares de bebedores, no me interesaba formar parte de ese paisaje. Pero, sépase, el hogar y la escuela no son los únicos lugares donde uno se educa y adquiere experiencias. La calle, el afuera de casa, el mundo, las relaciones extra familiares, hacen lo que me atrevo a decir la “Universidad de la vida”. Por entonces trabajaba en dos talleres, el de mi padre, que armaba acumuladores de autos “Baterías Oscar” y en “Carburación Cosentino”. Gremio duro y sucio.

A los 16 años, tenía amigos que bebían y sabían con claridad hasta donde. Bueno, a veces. Resulta que el fin de año, nos permite a casi todos los trabajadores, descansar el primero de enero. El día previo, el de la despedida de año, la gente bebe. ¡Y cómo bebe! Hicimos una juntada de amigos y todos bebimos vino. Todavía se conseguían las botellas de litro. Hacía muchísimo calor. Cuando quise acordar, mientras la joda seguía, empecé a tener sueño y calor, mucho calor. Además de una especie de no control corporal. Me saqué la camisa y me recosté en una reposera. Serían las cuatro de la mañana, no puedo precisarlo. Desperté a las dos de la tarde. El Sol estaba alto y brillante. Y desde su aparición y hasta ese momento, me había dado de lleno sin ningún tipo de protección. Resultado; quemaduras en brazos, pecho y rostro. Hospital, reto de las enfermeras y vendas con mucha crema. Tenía más ampollas que un laboratorio.

El día dos de enero, era laborable. Asistí vendado, pensando en que mi patrón me daría días libres. Minga. Me miró cómo diciendo “mirá este boludo” y me dijo; “Bueno, quedate a hacer tareas administrativas, acomodando repuestos y si podes, barrete el taller”.

Mi antigüedad era de dos años sin faltar un día y sin cobrar nunca una hora extra. ¡Cuánta bondad tiene los explotadores!

Mi segundo momento sin poder responder coherentemente con mi cuerpo a lo que me decía la mente, fue en una crisis matrimonial.

Ya rondaba los 30 años y la pareja no funcionaba entretenidamente. Creo que los dos le pusimos ganas y hasta planeamos tener un hijo más a pesar de nuestras diferencias. Por entonces, no fue el vino, si no la ginebra. No les recomiendo emborracharse con ella. Vomite dos días, me dolió la cabeza una semana y tuve mal humor para todo.

Y mi último momento de ebriedad aconteció en Brasil. Estaba de paseo por el Morro de San Pablo, un lugar paradisíaco. Es el extremo de una Isla llamada Tinharé. Fue en el año 2002. A mis cuarenta y cuatro. El lugar tiene unas playas extensas y continuadas que se enumeran Playa uno, Playa dos…y así. Con barricas y puestos de tragos tropicales. Un mar tranquilo. Una playa de algas y corales. Viajé solo y me instalé por cinco días en un hostel de un argentino a cambio de tareas de reparaciones, una especie de trueque.

La segunda noche, había fiesta en las playas. Cada playa tenía su música, Electrónica, Bossa, Samba, tropical, etcétera. Y cada ambiente estaba iluminado de acuerdo a lo que sonaba. Y no había que pagar entrada. Vos caminabas por la playa y había música. Uno podía bailar, meterse al agua, tirarse en la arena, mirar a otros y beber. Y allí nació mi tercera derrota con el alcohol. En cada playa me tomé un licuado tropical. Maracuya con frutilla y cachaza. Melón, banana y vodka, frutilla, ananá y rhum…Cuando llegué a la quinta playa, empecé a sentir que el mundo se movía demasiado. Me senté como una hora a esperar a que se me pasara el mareo. Me refresque la cara con el mar y empecé a volver. Tres japonesas hablando raro me seguían. Me dejé alcanzar y empezamos a hablar en un ingles bien básico. Recuerdo que me reía de cualquier cosa y ellas se contagiaban y se reían tambien. Volver al hostel fue una aventura.

De los tres pedos, mas fuertes de mi vida, ese, fue el mas divertido…

Escrito para el programa Cultural de La Casa de Oscar “Al ángulo izquierdo donde duele” T2 E:19 Hablemos de bebidas. Emitido el 8 de setiembre de 2020 por Radio la Plata 90.9

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