Crónica del viaje de un loco por la R40. (61)
Día 14 de la Travesía…Lo onírico (2)
No era el único al que desviaron en Güer Aike. En la Estación de servicio de La Esperanza (un paraje) había unos diez motoqueros a los que tampoco se les permitió el acceso.
La Mañana era fría y lluviosa. Me encontraba a unos 80 kms de volver a tomar contacto con la RN40, exactamente donde existe una Estancia llamada Tapi Aike, en pleno desierto. El paisaje hacia los lados de la ruta son de grandes extensiones de llanura de pastura corta y alguna ovejas. Con un fondo de montañas de picos nevados.
Consideré que este desvío por el cual estoy transitando para volver a empalmar la RN40 tiene que ver con cierta premonición de mi sueño. Estaba en un camino desconocido, cruzándome con personas que tampoco lo habían transitado y tratando de entender las lógicas que tienen las vías de transporte. Ningún camino te lleva a ningún lugar, todos tienen un fin. Si ese fin es comercial o turístico, el transito y el estado de la ruta, es bueno o magnifico. En cambio si es para conectar un pueblo con otro, el mantenimiento de ese tramo depende de las bondades de las comunas conectadas. Ha pasado por rutas rurales hecha pedazos, pero como en esa zona, todos tienen una chata (Camioneta tipo 4×4), lo llaman transitable.

Un viajero que conocí en DF México que aconsejó, que por más mala que sea una ruta, tratara de no separarme del brazo de agua de cualquier geografía. Cualquier accidente o necesidad debería ocurrir en todo caso, cerca de poblaciones. Y adentrarse en desiertos, por sobre todo los cálidos, les aseguro no es para cualquiera.

Allá por 1986, intentaba llegar a San Antonio de los Cobres, en la Provincia argentina de Salta, ligada a la frontera con Chile. Para hacerlo desde el sur debí atravesar lo que se llamaba “El desierto de las burras”. Por entonces manejaba una Daihatsu Cab Van 600, lo que los chilenos llaman “Pan de molde”, por su parecido en la forma a un pan lactal. Según mis cálculos estaba a unos 20 kms de ese sitio y me quedé sin combustible. Con el fervor juvenil que tenía por entonces, empecé a caminar con unos bidones.

Unos de los cuales tenía un litro de agua sucia, con la que imagine mojaría mi cabeza. Debo ubicar al lector diciendo que eran las 2 pm y hacía 36° de temperatura. A los diez kms (calculados en tiempo por reloj) me había tomado todo ese agua, filtrándola con la remera. Tres episodios inesperados sucedieron. En el primero, voy caminado a buen paso y suponiendo que faltaban otros 10 kms para llegar a la gasolinera. De pronto y en el horizonte a los costados del camino veo manchas negras de grandes dimensiones. A medida que me fuí acercando la imagen pasó a ser de lo más bizarra. Esas manchas eran de un centenar de mulas a cada lado de esa ruta de arena y sal. A unos doscientos metros podía ver con claridad esas manadas. Pensé en qué hacer. Hacía casi hora y media que caminaba y nadie había transitado el lugar. Ya conocía el camino para atrás y tendría que esperar ayuda (recuerden que en esos años, los celulares solo existían en películas). La otra era seguir y ver qué onda. Así que empecé a andar con el mismo tranco sin dejar de mirar a esos grupos de animales. No sabía si me atacarían. No tenía data del comportamiento de un asno cuando le invaden el territorio. A medida que avanzaba todos esos animalitos de dios no dejaron de seguirme con sus miradas. Creo que el miedo era mutuo. Terminé pasando esos doscientos metros, como se dice vulgarmente, con la cola entre las patas.

El segundo episodio fue más dificil y lo resolví de un modo místico. El camino no tenía ni alambrados. A lo lejos podían verse crecer las figuras de algunos picos de piedra. Luego de una breve bajada y casi llegando a la linea de elevaciones sucedió lo impensado; El camino se bifurcaba con dos exactos e iguales desvíos. Me olvidé de señalar que el último cartel que había visto decía San Antonio de los Cobres 200 kms. Sin agua, sin mapa y ciertamente desorientado, me encontraba en la simple tarea de decidir por cuál de las salidas seguir. Traté de sacar conclusiones del tipo; El que se ve más transitado, el más prolijo, el más ancho. Y eso no me ayudó, ya que eran dos rutas exactamente iguales. Entonces, me senté mirando esa bifurcación, y llegué a una conclusión. Busqué una piedra pequeña que me gustara en ese suelo. La tomé con mis dos manos y la lancé hacía arriba parado en el medio del lugar de dónde venía. Al caer y rebotar se acercó más al camino de la derecha. Ese camino tomé. Y era el correcto. El otro me hubiera llevado a una salinera abandonada, y vaya a saber cúal hubiera sido mi destino.
El tercer episodio, ya a esta altura inesperado, sucedió a los 14 kms de mi caminata y cuando aún faltaban otros 14 más. Una camioneta se detuvo por donde caminaba y me socorrío.
Debo decir que mi sed ese día nunca fue tanta, y que la piedra que arrojé hacia arriba, la guardo como un recuerdo.
La seguimos…