El tramo de retorno desde Punta Loyola a Río Gallegos lo transité tranquilo en medio de una tormenta. El plan de lo que quedaba del día (eran casi las 6 pm al volver) fue pasear por el centro de la ciudad capital de Santa Cruz. Lloviznaba, hacía frío y empujaba un poco el viento.
Río Gallegos está ubicada en la desembocadura del río que lleva el mismo nombre y se la considera un portal de ingresos a la Patagonia más austral. Gracias a la conectividad vial, marítima y aérea, sumado a la belleza de los paisajes de la zona, se ha convertido en una ciudad turística. La habitan unas 80.000 personas.
Esta es mi segunda visita y solo voy a contarles lo sucedido en este viaje, por lo que para encontrar más datos del lugar pueden hacerlo en la página https://www.patagonia.com.ar/.
Estacioné el Hotelito viajero en un lugar céntrico y me dispuse a caminar. Y lo hice con una inmensa felicidad y sin mapa. Era cómo estar festejando la llegada a la Luna. Tenía el equipo de mate preparado para tirarme en el pasto de la primera plaza que encontrara. Y gordo goloso que soy, me compré un inmenso alfajor de chocolate con dulce de leche para devorarlo con placer de festejo.
Les advierto que si viajan a lugares fuera de Argentina, y son de comer alfajores, los van a extrañar tanto como a los abrazos.
Esa merienda planeada la realicé en la prolija Plaza San Martín, un espacio poblado de Álamos, árbol tan preparado para resistir a los vientos.
En esta época de verano el anochecer tarda en llegar y aproveché la caminata hasta las última luces. Luego de un trayecto sin ver gente, necesitaba ver caras, gestos, actitudes corporales…
Viajar es más que trasladarse geográficamente. Es visitar diferencias, aprender culturas, interpretar costumbres, entre otras cosas. Cuanta más plástica sea nuestra capacidad de adecuarnos a los lugares que visitemos, más lo vamos a disfrutar. Estando en Estambul (Turquía), era de rutina y habitual escuchar sirenas o campañas invitando a la oración varias veces al día y a la misma hora. Una tarde estábamos sentados en un pequeño bar lindero a un parque de mezquitas, con otros turistas a punto de emprender un recorrido por el Bósforo 58). A uno de ellos se le ocurrió comentar despectivamente…”Cómo molestan esas sirenas”. Cuando no se tiene noción de lo que significa un evento cultural, religioso o nacionalista, se cometen esas burradas. Considero que en todo caso, las opiniones contrarias y con o sin argumentaciones no deben ser emitidas en tierras sagradas para otros.
Luego de esa hermosa y feliz caminata, volví a hacer noche en el mismo lugar que la noche anterior y prepararme para emprender un nuevo tramo al día siguiente.
Un dato de color; mientras me trasladaba en la Kangumovil dentro de la ciudad un camión pasó cerca y a gran velocidad, con una de sus ruedas pellizcó una piedra que pegó en mi parabrisas y lo marcó. El vidrio pudo haber estallado y me hubiera complicado seguir hasta su reposición. Lo cuento nomás, como una anécdota del día 13. Aún hoy tengo las dos marcas, la del vidrio y la de haber llegado…
Ya en mi Hotelito viajero me dispuse a una cena fast food (comida rápida) y a dormir que el día siguiente sería largo…
La seguimos…
(58) El Bósforo es un estrecho que conecta el Mar Negro con el Mar de Mármara separando Estambul en dos partes: la europea y la asiática. La longitud total del estrecho es de 30 kilómetros y la anchura va desde los 700 metros hasta los casi 4 kilómetros de la salida al Mar Negro.