Una noche negra

Una noche negra

Hoy se cumplen seis meses desde que Laureano está detenido. Su condena se debe a un asunto que no es de difícil explicación.

Esa tarde en la Santería donde compraba sus velas verdes y sus inciensos de mirra, sucedió algo impensable. La vida dice una canción, nos da sorpresas. Mientras miraba un hornillo para calentar aceites, escuchó de fondo una conversación entre la vendedora, a quien conocía hace bastante tiempo y la cuál siempre le recomendaba aromas, y una mujer negra, que estaba de compras como él. La charla, le pareció interesante y fue diluyendo en el tiempo su apuro por comprar. Revisó casi todo un estante de artículos tratando de hacer tiempo y no dejar de escuchar. Ellas hablaban de lo afrodisíaco. Algo que Laureano había escuchado alguna vez pero sin interés en profundizar. Solo que tal vez, en ese momento, su soledad, la voz calma con la que hablaba la mujer de color o algunas palabras de ese intercambio con la encargada, hicieron que ponga más atención que nunca. Cuando hubieron pasado unos quince minutos, la vendedora encendió otro incienso y le comentó a la otra mujer que era un almizcle recién traído de la India. Ella levantó su mirada y dijo:                                                                              -Laureano, puedo ayudarte?

Laureano se sobresaltó como a quien descubren metiendo el dedo en una torta. Respondió rápidamente:                                 -No, no…y se acercó al mostrador con lo que había elegido. Mientras le envolvían lo comprado, la mujer de piel oscura no dejó de mirarlo. Él se sintió incómodo pero no muy molesto. Como pudo y en un acto casi reflejo, también la miró. Fue el impacto que necesitaba. Allí se estableció un contacto paranormal. Ella gestualizó mordiéndose suavemente el labio inferior. Ese momento fue ínfimo y eterno. Ambos salieron al mismo tiempo y en la misma dirección. Antes de llegar a la esquina de la avenida, ella le propuso una cita, esa noche y en su casa:                                 -Vivo en ese edificio, le indicó. Primer piso departamento A, a las 22 hs. Haré de comer, no me falles…

Laureano, no supo que pasó en las dos cuadras que le faltaban para llegar hasta su desprolijo monoambiente. Se sentó en su futón sin desarmar el paquete de compras y trató de entender lo que había pasado. Eran muchas piezas sueltas en un solo rato de un día cualquiera.

Tardó en incorporarse de aquella comodidad que dan los almohadones una vez que uno se pone a pensar encima de ellos. Se preparó un té de menta y lo dejó enfriar dentro de la heladera. Era verano todavía.

Se preparó. Vistió su camisa blanca y sus bombines negros…

En la esquina donde se separaron se detuvo. Pensó unos instantes, y encaró hacia aquel viejo edificio, como buscando algo que le faltaba.

Su puntualidad siempre fue idéntica a la de los relojes suizos. Exactamente a las 22 su dedo apretaba el botón del portero eléctrico. Pudo escuchar un ¿“Quién es”? Y como ni siquiera se dijeron sus nombres dijo:                                                             -Yo, Laureano, el muchacho de la santería, aclaró.              Vibró la cerradura con un timbre suave, empujó la puerta y subió las escaleras.

Pudo ver la silueta de ella resaltada por las tenues luces de los cristales de roca encendidas dentro del departamento. Pasaron y la morocha cerró la puerta con cerrojo, como encerrándolo. Él le dijo:                                                                                         -Discúlpame, no sé tu nombre.                                                    Ella le respondió sugestivamente:                                                 –Llámame cómo quieras…

Quedó flotando en el aire una mezcla de feromonas junto a un aroma inicial de humos intensos. Empezó a descubrir otros olores que venían de la mesa. Una especie de carne gratinada con verduras despedían un vapor atrapante. Una jarra de loza con una salsa blanca también destilaba fragancias desconocidas. Ella le empezó a servir delicadamente colocando las porciones sin encimarlas en el plato. Sonaba una música de tambores suaves y palos de lluvia que se mezclaban con una voz masculina profunda y tonal. Quedaron mirándose cómo en la Santería. Ella estiró su mano para agarrar la botella de vino y servirle. Sin dejar de mirarlo directamente a los ojos, le dijo…                       -Mostrame tu copa de tal modo que pueda volcar este elixir en ella.                                                                                        Esto hizo que se relajara un poco. Sin que ella se diera cuenta, miró sus movimientos corporales y sus formas. Estaba como encantado y su cerebro no dejaba de darle ideas profanas. Cuando se disponían a brindar con las copas llenas, alguien golpeó la puerta fuertemente gritando:                                         -Abrime o te mato!                                                                     A Laureano solo se le ocurrió preguntar quién era. Ella dijo:                                                                         -Mi marido, pero estamos separados.                                          Él tragó saliva, y se preguntó qué hacía en ese lugar. Todo esto estaba fuera de plan. Los golpes seguían sintiéndose. Alguien llamó a la policía. Ella le dijo:                                                                      -Yo salgo un minuto, hablo con él y se va. Quedate tranquilo.

Laureano la escuchó pero desconfió, aunque creyó que sería el modo de resolver las cosas. Por las dudas agarró un vasija tipo florero. Ella abrió la puerta para hablar con su ex, pero no pudo detener que ingresara abruptamente insultándola. Allí fue cuando Laureano le partió el jarrón en la cabeza. El hombre cayó desmayado. Por el pasillo se vio el ingreso de la policía, que tomó cartas en el asunto. Secuestro de los elementos, datos, declaraciones, acusaciones y finalmente su detención.

Así es como terminó en este lugar, encerrado por seis meses, sin contacto con nadie que no sea su madre y su abogado.

Exactamente hoy, a los seis meses de encierro, Laureano recibió dos cartas a las 8 de la mañana. En una le informa de su libertad, de la que puede disponer a partir de las 13.

En la otra, aquella mujer con la qué todo pudo haber pasado, le dijo:

-Sé que te liberan hoy. Mi marido, finalmente ha muerto. Si crees que podemos continuar con lo pendiente, te estaré esperando, exactamente a las 22.

elduendeoscar

Escrito para el Programa “al Angulo izquierdo donde duele” T2 E3  Lo afrodisíaco: Olores, sabores, brebajes y sonidos. Emitido el 19 de mayo de 2020 por Radio La Plata 90.9

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