CULO SIN ANCLA. CAPÍTULO UNO…

Capítulo uno:

Los viajes de la infancia

La intertextualidad es un episodio que no hay que perderse” elduendedandy

Mi primer viaje en Jeep

En mi infancia una de las frases que más me llamó la atención es aquella que sintetizaba a alguien inquieto señalándolo como el que “Tiene hormigas en el culo”. La primera vez que la escuché, fue por una persona vecina a mi casa de entonces, que se la pasaba yendo y viviendo por su actividad social y creativa. Esa persona era Don Arturo, de quien tengo un vago recuerdo respecto de su oficio de plomero, pero una interesante descripción de su constante andar. Su Jeep sin techo estacionado en la puerta de su casa no indicaba que estuviera en ella. Podía estar en cualquier lado o incluso estar en su casa, pero era tan movedizo que podría decirse “investigable”.

Soñé muchas veces subirme a ese móvil y viajar por el mundo entre camellos y selva. Creo que me impactaron bellamente imágenes de viajes por el desierto o la selva con ese tipo de vehículo, que se veían en la televisión aún blanco y negro. Y como si fuera poco, en aquellos años de guerra (Vietnam), ese vehículo era tan conocido y deseado, que hasta había reproducciones de plástico al tamaño de soldaditos para jugar, justamente a la aventura de veredas rotas para llegar a alguna parte o a la desventura llevar soldados a una guerra. Aporto imágenes y un pequeño video al final del texto.

Semi calvo, de los que tienen pelos solo sobre la orejas con unión de cabellera hacía la nuca y cincuentón, para cuando yo, no llegaba a los diez años de vida.

Hablo de los años ´60. No era visible su presencia, pero existía. Tenía lo que puede llamarse apariciones fantasmagóricas. Pero cada una de ellas, tenía una inspirada dedicación social. Siempre estaba haciendo algo para los otros. Ya sea un favor, o un trabajo.

Su aparición en mi vida fue en un momento clave, de desesperación familiar si se quiere. Les cuento. Resulta que en esa edad de cinismo (6,7,8 años y más), y apoyados en la ideología que tenemos los niños de que todo lo podemos conquistar, jugábamos a la extorsión. Ruego me permitan hablar de esa modalidad, ya que era exactamente lo que estábamos practicando con un juego de lo más incorrecto.

Frente a mi casa, allá en Valentín Alsina, Pompeya, Buenos Aires, en la calle Gob. Manuel J. Campos 4567 (1) había una fábrica de lavandina. Dando una vuelta manzana, tenía un portón de ingreso, por el cual los camiones llevaban y traían cargas. Las instalaciones comprendían un gran galpón donde se hacían los procesos, un gran patio con una especie de mangrullo de unos cuatro metros, a los que se accedía por escalera vertical, que estaba rodeado por una montaña de sal que llegaba hasta su piso. Era un escenario para hacer turismo aventura. Imaginen; trepar la escalera, y bajar rodando por las laderas de aquel montón de sal hasta el piso…y volver a subir, y volver a rodar.

Esta parece ser una escena mecánica, pero para un adulto.

Aquel día, del que les hablo, no nos permitieron ingresar a la fábrica, sin otra explicación que “Déjense de joder”. Eso era de mala gente. Nos quitaron el juego. Y lo que hicimos en venganza, fue vandálico. Literalmente.

La parte trasera de la empresa, daba a nuestra calle. Intransitable de alguna manera, de tierra y verdaderamente sin que se obtenga ningún beneficio usarla, a menos que unos sea habitante de ese barrio pobre. Pasaba un auto “Cada muerte de Obispo”(2), por ello es que casi todas las actividades de los niños de aquel entonces eran callejeras. Desde jugar a las escondidas, al hoyo pelota, a la mancha, a las bolitas o a la pelota.

La calle es un lugar encuentro con los otros.

Como venía contando, la parte trasera de esa fábrica se limitaba con un alambrado alto, en cuya parte superior había tres lineas rectas de punta a punta de alambre de púas. Y por los rombos que dibujaba ese tramado, podían verse las gigantes damajuanas vacías donde se envasaba lavandina.

Fue idea mía, me hago cargo: Una piedra grande en el suelo, una madera de cajón de manzana apoyada en su mitad sobre la piedra y una piedra que entre en un puño cerrado, en una punta de la madera. La madera debe alinearse apuntando a las botellas. La piedra pequeña debe inclinar hacia un lado con su peso a la madera. La punta de la madera que está más arriba debe recibir un golpe tan fuerte, que al producirse, la madera empuja a la pequeña piedra a elevarse rumbo a los botellones…y Pum, ruido a vidrio y festejos.

Una especie de Catapulta, pero sin tanta perfección mecánica. De a poco, todos fuimos mejorando el golpe, la dirección y el promedio de piedras lanzadas-damajuanas rotas. Era toda una venganza. Hasta qué…una de las piedras que lancé no fue hacia la dirección planeada, y no tuve la mejor idea que mirar hacia arriba para ver que había pasado. Esa “bendita” piedra me pegó al caer exactamente en el nacimiento superior de mi nariz, entre ojo y ojo. Sentí un golpe desconocido y contundente. Tanto que solo atiné a sostener mi cara con ambas manos hasta que el dolor calmase. Al minuto miré mis manos empapadas en sangre, pero sin asustarme. En ese momento, una vecina que vio los acontecimientos y venía a retarnos, me miró la cara ensangrentada y dijo: “¡Te reventaste un ojo!”, tras lo cual, me desmayé. Volví a despertar unos instantes antes, cuando era llevado hasta mi casa en los brazos de aquella vecina llamada Marta Croce. Corriendo hacía nosotros pude ver a mi madre quien preguntaba ¿Qué le pasó? casi llorando. La joven vecina solo atinó a decir, sin dejar de caminar rápido hacia mi madre…¡Se rompió la cabeza! Allí volví a desmayarme. Cuando empecé a tomar nuevamente conciencia de la realidad, fue en los brazos de mi madre, en una sala del hospital donde me habían suturado tres puntos en mi entrecejo. El doctor alto y de anteojos, dijo con simpatía “agradezca señora que esa piedra pegó en ese lugar, un centímetro para cualquier lado y hoy su hijo pierde un ojo”. Si, salvé el ojo, pero me perdí varias tardes de vereda con amigos y travesuras. No quiero olvidarme, ya que la parte que une todo el relato. Quién me llevó al hospital en su Jeep blanco recortado, fue Arturo, el plomero inquieto. A quién muchos años después fui a agradecerle aquel gesto. Sin darme cuenta, cumplí mi sueño. Solo que en lugar de selva o desierto viajamos por una avenida al hospital mas próximo y a gran velocidad.

 

Un jeep de guerra en el desierto (Serie «The rap Patrol») a la izqueirda.

Jeep de la serie Daktari. abajo izquierda

Jeep 1958, igual al de Arturo de otro color.

 

 

 

 

 

 

Jeep Ika video: https://www.youtube.com/watch?v=dRs8reJmSdk

(1) Primer dato geográfico que les ofrezco, para hacer turismo virtual. Mi existencia en ese lugar fue de 1961 a 1968 (o sea de mis casi 4 a los 10 años) y hoy (2019) la calle se llama Senador Francisco Quindimil.

(2) Frase que explica un hecho desde una mirada escéptica respecto a su ocurrencia.

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