14 a 0
«El problema de una gran diferencia es cuando parece indescontable» elduendedandy
Estábamos los siete, reunidos y atentos como todos los domingos. El único que va a misa cada tanto o que mira los discursos religiosos es elduendebobo quien a pesar de sus años guarda con cierta ternura, algunas de las conversaciones que tuvo con un hombre sobre Dios en su infancia. Creo que el único que lo entiende perfectamente es elduendedandy y suele escucharlo con verdadero afecto, aunque como digo siempre, él siempre va a escuchar para salvar lo positivo.
Los que no estaban de acuerdo con la juntada y el motivo eran elduendeacido –que no cree en ninguna institución y siempre sostiene que “toda organización creada por el hombre es corrupta”- y elduendevenenoso –que no tiene pelos en la lengua a la hora de devolver irónicamente cualquier ocurrencia.
Mientras elduendeerótico cebaba unos mates con su afán constante de producir una sugerencia hacia el deseo. Devoraba un sacramento con dulce de membrillo luego de lamer su parte interna. Quien no le quitaba la vista era elduendeperverso –a quien le regocijan las imágenes en vivo y en directo de toda obscenidad- y cada tanto nos mostraba a todos, un vigilante azucarado más grande de lo normal como si formara parte de su cuerpo.
Y como siempre, acompañándolos o llevándolos a todos lados, estaba yo –como siempre tratando de mediar en las discusiones para que no se desbordara la armonía y se perdiera el clima de domingo que habíamos logrado-.
Estábamos listos para escuchar un discurso de la democracia.
Y apareció un recuerdo como si fuese un alfiler pinchándome en el cerebro para compartirlo con ellos.
En mi paso por el fútbol como entrenador dirigí un club al que todavía amo y del que guardo muchas amistades y afectos.
Por entonces estaban a mi cargo púberes y adolescentes con deferentes carencias, las cuales con el paso del tiempo traté de compensar armando un grupo maravilloso –hoy sigo orgulloso de haber vivido esa experiencia-. Tiempo después me alejo de esa institución y empiezo a trabajar en otra con iguales falencias, hasta lograr de un grupo muy heterogéneo una idea muy homogénea de juego y pensamiento. Estructura de equipo con la que decidimos enfrentar el torneo. Había inculcado en ellos también, algunos conceptos básicos de la vida en sociedad:
- Amar a a su familia y hablar sin agresiones y con la mayor tolerancia de los problemas que surgen en ella. Y entender que sus compañeros eran parte de esa familia.
- Respetar las instituciones como la Iglesia, la Escuela, las Autoridades, los símbolos Patrios y por supuesto a nuestro amado Club, sus colores, su gente, sus ancestros.
- Aceptar que debemos ser buenos amigos en las buenas y en las malas y que todos tenemos errores comprometiéndonos a no ser indiferentes si podemos ayudar.
- Evitar todo tipo de insulto dentro y fuera de la cancha. Y saber pedir disculpas con los exabruptos.
- Aprender a diferenciar el juego –lo que nos entretiene y divierte- de lo verdaderamente serio –los objetivos personales y sociales de nuestra existencia-
- Aprender a jugar –que incluye el saber ganar y el saber perder-.
Para lograr todo esto se necesita mucho tiempo de observación y pruebas. Pero quien siembra amor, recoge amor. Y yo estaba dispuesto a lograrlo.
Y empezó el torneo tan esperado. En la decima fecha teníamos que visitar a mi ex club, para jugar contra el equipo que había dejado armado luego de dos años de intensos trabajos. Mi deseo era que mis dirigidos adquirieran la mayor experiencia posible, ya que cuando jugaríamos con aquel equipo estaríamos con dificultades y la diferencia iba a notarse. A mi grupo de jugadores actual, le faltaba rodaje.
Hasta la fecha novena veníamos bien y de acuerdo a nuestros cálculos. Por entonces el club tenía dinero pero había una gran escasez de jugadores de la categoría juveniles, en este caso la llamada Cuarta Categoría para los Torneos de la Liga Platense Amateur de Fútbol allá por 1996. Y pasó algo que se veía venir y quedamos lo que se dice “destartalados”.
Cuando un equipo de Primera Categoría -sea en el Torneo que sea- tiene problemas entre sus jugadores, y/o los jugadores tienen comportamientos irresponsables, los técnicos -ante las lesiones, expulsiones, ventas, alejamientos o peleas- hacen lo que dentro del código fútbol se dice “agarran de abajo”, o sea desmantelan las inferiores. Aclaro que los entrenadores de menores, deben saber hacer un trabajo con sus muchachos pensando en que en cualquier momento “suben o son subidos” a la categoría superior. Y que no se debe negar jugadores a la estructura superior aunque su Categoría esté jugando por el campeonato. Es cruel en cierto modo, pero es así.
Resulta que por ese año el club donde trabajaba peleaba por ser el campeón y había traído a jugadores de distintas partes para lograrlo. Y ese club carecía de divisiones menores de las que me debía ocupar de organizar.
Para la fecha diez, la fecha en que debíamos enfrentar a mi ex equipo, las divisiones superiores, me habían “agarrado” 15 jugadores, a los que tuve que reemplazar con chicos dos años menores a la Categoría del grupo. Y por supuesto sin tanta experiencia.
Antes de empezar el partido fui saludado por todos con besos y abrazos, con risas y cargadas, con recuerdos y lagrimas. Yo trabajé por esa camiseta –y antes había jugado por ella-, y es muy difícil explicar lo que se siente cuando uno ve los colores que ama, los olores que adornan un viejo momento, la cara de muchos jóvenes felices. Inexplicable.
Diplomáticamente, fui a hablar con los tres árbitros explicándoles que éramos 8 jugadores solamente y que íbamos a enfrentar a un equipo con 11. También que todos mis dirigidos tenían dos años menos, y que supieran que nuestro equipo iba a jugar a ganar sin pegar una patada. Les pedí, por favor que cuidaran a esos chicos, que nosotros íbamos a aceptar cualquier resultado, pero que no iba a permitir ninguna injusticia. También ingresé al vestuario local con el permiso de mi colega contrario, el Técnico que me reemplazaba –ex compañero en el club-. Hablé con sus jugadores pidiéndoles que se divirtieran pero que no se burlaran y que jugaran a ganar y a tratar de hacer la mayor cantidad de goles posibles. Y les pedí que fueran leales en los contactos con mis jugadores. Ya que la diferencia era de dos años en lo cronológico pero en lo biológico era abismal.
En mi vestuario hablé de la importancia de aprender, de la hermosa posibilidad de jugar y de sentir que estar en desventaja no dice que es imposible. Y que por supuesto intentarán hacer lo que hasta aquí habíamos aprendido juntos.
El primer tiempo terminó 5 a 0 a favor de los locales, mi ex equipo. Y mis jugadores mostraban el cansancio de haber corrido más por la gran diferencia. Era ya, para mí, una diferencia en goles indescontable. Pero el clima dentro del vestuario era bueno, nos hacíamos cargadas sin acusaciones y hasta resaltando la perdida de una oportunidad de convertir un golcito.
Fui al otro vestuario a agradecer la noble predisposición para un evento sin agresiones de ningún tipo. Saludé a mi colega y hable nuevamente con los referees en tono cordial. Ellos me ofrecieron terminar antes el partido y yo les dije que no. Que lo mejor en todo caso era respetar el Reglamento.
A los diez minutos del segundo tiempo uno de mis chicos se tropezó sólito y se lesionó, debiendo abandonar el juego. Y otro se acalambró y se quedó parado en la mitad de la cancha para tratar de ayudar sin moverse. El equipo se desmoronó.
Perdimos 14 a 0. Pero los jugadores se abrazaron luego del partido mientras yo contenía todas mi lagrimas, no por la derrota si no por la actitud de mis ex jugadores.
Cuando volvíamos en el transporte que nos devolvía a nuestra ciudad había rostros tristes, algunos magullones y algunas sonrisas. Solo atiné a destacar que la diferencia entre los equipos solo se descontaría trabajando y que seguramente este grupo sacaría muchas ventajas al ir madurando la idea de equipo.
La temporada siguiente, los equipos volvieron a enfrentarse, y logramos ganar por uno a cero en nuestra cancha.
Y ese día lloré. Pero de alegría. Porque no hay fruto más digno que el del trabajo.
Y entendí que dos cosas son posibles. Una es que nunca hay que sentirse humillado sino llamado a estar atento y ser consciente de las diferencias. Y la otra, que para lograr un objetivo hay que trabajar en serio y respetando al otro.
elduendeoscar desde el arcón de los sie7eduendes. 1-3-2015