El Tula

EL TULA

«El pasado, esa valija llena de recuerdos que llevamos a todos nuestros viajes, no conoce de futuros» elduendeoscar

Lo que quiero contar seguramente les traerá a ustedes el mismo recuerdo, o uno mejor, ojalá.

Todos tenemos un pasado, perfectamente incorregible y muchas veces preferentemente intocable. Hechos, personas, anécdotas, afectos, obligaciones, realidades y otros menesteres se entrecruzan a la hora de seleccionar qué contar de nuestro pasado. Y además le ponemos otro filtro, ya que quién cuenta su pasado en primera persona no es el mismo que el personaje de esa historia. O sea, vamos viviendo nuestras vidas siempre cambiando. Somos sujetos de cambios que nos hacen distintos y diferentes cada vez. Y cuando viajamos, suponiendo que todos tenemos una máquina del tiempo interna alojada entre los lóbulos cerebrales, lo hacemos a nuestro gusto, a nuestro antojo.  Y viajamos hasta ese lugar del pasado que tiene unas dimensiones desproporcionadas, olores desaparecidos y colores parduzcos, como sepias. Somos capaces de ver personas que no están en nuestro presente, visitar lugares derrumbados por el progreso, recuperar miradas, caricias, palabras o frases que fueron ejemplo, recrear momentos y otras infinitas alegrías o tragedias según ese día tengamos ganas.

El boleto del viaje a mi pasado lo saqué cuando el otro día me pregunté ¿Quién había sido mi ídolo futbolístico? Y enseguida me salieron dos figuritas a flote, una de mi primera infancia, de cuando tenía 10 años y la otra de mi primera pubertad, ya cercano a los trece.  No voy a hablar en este texto de mi primer ídolo, porque fue, sin dudas la estrella brillante de muchos por entonces. Lo dejo para otro texto. Solo voy a decir de quien se trata…Ángel Clemente Rojas, “Rojitas. De quien llevo aún hoy, una foto suya en mi billetera, junto con la de mis hijos.

Hoy quiero rescatar de mi viaje al pasado al Tula. Seguramente es solamente mi ídolo. Y eso lo hace muy especial para mí y puedo contarles porqué.

Lo conocí en el parque San Martín allá lejos, al inicio de los ’70. En ese espacio verde tan gigante donde se elevaba un inmenso tanque de agua que se distribuía por la ciudad. Allí fue donde nos encontramos decenas de veces. En esos picones o picados de fútbol que se organizan con los pibes del barrio y con lo que se van acercando, porque siempre te falta uno. No faltó la vez que por llegar tarde me quedé esperando a que se cansara alguno o se tuviera que ir para entrar porque los equipos tenían 8, 12 o 16 de cada lado. Y desde adentro de la cancha, el dueño de la pelota o el mandamás decía “que no entre que estamos parejos”. Muchas veces te preguntaban ¿De qué jugas? Y luego de explicarte, quiénes pateaban para allá, te sumabas al equipo.

Y la primera vez que lo vi al Tula, me deslumbró. Y desde ese día cada vez que jugábamos al “Pan y Queso”, esa caminata que se empieza a cuatro metros de distancia enfrentado de otro que hace lo mismo que vos poniendo un pie adelante del otro al ritmo de una vez cada uno hasta que le pisas el pie y ganas o perdés.  Si yo ganaba, lo elegía primero, aunque el otro equipo se llevará al Mau, el mejor arquero de todos en ese parque. Tenerlo al Tula en mi equipo y encima ser su amigo, era garantía de por lo menos dos pases gol que te dejaban solito frente al arquero o frente al arco. El Tula era lo que para muchos es un “Calesitero”, tipo que una vez que tiene la pelota, da vueltas y vueltas pisándola y no se la podés sacar. Pero el Tula era un poco más atrevido, te tiraba caños. Y cuando se cansaba, te pasaba la pelota. Los únicos partidos en los que el Tula no servía era en los partidos donde ibas perdiendo y faltaba poco para que se termine. Pero él, se divertía igual. Nunca lo vi enojado por perder. Yo también lo he puteado, porque la verdad es que perder me gusta poco. Pero era muy divertido ver como lo rodeaban entre dos o tres y no podían sacarle la pelota de debajo de la suela. Parecían hormigas peleando con un escarabajo. Usaba todo para proteger el balón, los brazos, las piernas, el culo…

Yo creo que mi idolatría se debe a que se divertía aún perdiendo. Además, eso se fijó de un modo inamovible luego de varias charlas a solas.

Tendría uno o dos años más que yo y jugaba siempre con los jeans puestos, nunca lo vi en pantalones cortos. Morocho de pelo cortito, flaco pero no tanto y con unos ojos negros como si los tuviera remarcados en todo el borde con una fibra negra. Me sale decir tipo árabe.  Tuve la suerte de encontrarlo cuando grande y confesarle mi admiración.

Veo en ese momento de mi pasado a otros y me prometo fehacientemente no tocarlos, no borrar sus imágenes aunque ellos y yo hemos cambiado tanto.

Hoy quiero agradecer al Tula, simplemente por estar entre las cosas lindas de mi pasado. Y a la máquina del tiempo, que paró, esta vez,  en la estación correcta.

elduendeoscar

Leído en el Programa “Al ángulo izquierdo, donde duele” www.ultra1079.com el 22 de marzo de 2017

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s