Tan solo un año después de mi último intento fallido por descubrir a los Reyes Magos, estaba de “vacaciones” en Necochea junto a mis tías, hermanas de mi madre, a mi primo y mis dos hermanos. Las tres familias, sin padres a la vista, fuimos hasta una calle peatonal por donde Los Reyes Magos paseaban lentamente sobre caballos repartiendo juguetes. La distancia entre ellos y nosotros estaba plagada de centenares de niños, que saltaban reclamando un juguete o simplemente ser mirados o tocados por aquellos admirados personajes. Luego de esta experiencia en la nochecita costera nos instalamos en el departamento de un edificio donde vía una de mis tías. Mi primo tenía un año más que yo y tenía las mismas intenciones de ver llegar a los Reyes Magos hasta sus zapatos. Por la tarde habíamos juntado pasto y agua para seguir los requisitos establecidos. Muy observados por las tres mujeres que nos cuidaban por aquellos días.
Esa noche la pasaríamos en un departamento de un segundo o tercer piso dentro de un edificio. Con mi primo nos pusimos a tratar de deducir por dónde entrarían con sus caballos. El ascensor era pequeño y tenía un cartel que decía “Solamente para tres personas” y otro donde el usuario se hacía responsable. Lo segundo no lo entendimos, pero calculamos que los caballos se quedarían abajo y subirían solamente los tres Reyes Magos.
La noche se aproximaba y cada vez que nuestras custodias hablaban sobre el tema, al terminar la charla, con mi primo, nos guiñábamos el ojo. Eramos piolas. Bah, eso creíamos.
Nos pidieron que pongamos los zapatos cerca del árbol de navidad vigente, ya que se arma el 8 de diciembre y se desarma, justamente luego de la visita de Los reyes magos. Y los cuatro hicimos caso. Cada uno con su ilusión.
La cena duró poco y se fueron apagando las luces. Solamente las luces del árbol navideño destellaba. Nuestras madres y tías dormían en una habitación junto a mis dos hermanitos menores. Y nosotros dos, sobre un colchón de una plaza en el suelo, con una almohada alta que nos servía de trinchera, dado que la cabecera daba a tres metros de aquel arbolito.
Jugamos a piedra, papel y tijera, para no dormirnos. Al veo veo, en un cuasi silencio para no despertar sospechas de nuestro plan, y hasta nos hacíamos algunas adivinanzas inventadas, que eran poco inteligentes, pero nos hacía estirar el sueño. Y llegó el momento esperado…
Escuchamos que alguna de nuestras madres o tía, caminaba cerca nuestro, tal vez para cerciorarse de nuestro buen dormir. Disimulamos.
Quiero recordar que mi primo tenía 9 años y medio y yo 8 y cuatro meses. Mis hermanos uno y dos años más chicos que yo.
Estábamos como acurrucados detrás de la alta almohada, cuando escuchamos cuchicheos, susurros y diálogos de muy bajo sonido. Nos propusimos mirar en dirección a esa “reunión”, asomándonos de a poco y coordinadamente. Y allí alrededor del arbolito, estaban, mi madre, la suya y mi tía, las tres en bombacha y corpiño colocando regalos sobre nuestros zapatos.
Mi primo me miró con los ojos más grandes que el dos de oro de la baraja española, para decirme “Los Reyes son las madres”. Le tapé la boca, y seguimos desilusionándonos, hasta que ellas se metieron en su pieza.
Estábamos asombrados con el descubrimiento entrada la medianoche de ese 6 de enero. Mi primo estaba enojado, ya que había sido engañado toda su corta vida. Yo, sabía de los Reyes desde un año atrás. Y no me afectó tanto. Le propuse no decir nada, ya que si decíamos que sabíamos como era el truco, tal vez el año próximo no tendríamos regalos. Que fue exactamente lo que pasó, ya que en el desayuno y boca de jarro contó todo lo que vimos. Solo que ésta vez, cada vez que me guiñaba el ojo, yo le sacaba la lengua. Su enojo no le permitió estrategia. Eso me hizo pensar en dos cosas; Por una parte, los hechos pueden ser organizados detrás de una mentira, y por otra, los buenos socios, son buenos hasta el final incluido.
elduendeoscar
Escrito en LCDO, entre diciembre 2020 y enero2021. Basada en hechos reales ocurridos en Necochea el 6 de enero de 1967.