Con mis hermanos empezamos la tarea requerida para cumplir con los mandatos de ser un buen niño para el día de Reyes. Eso era, entre otras cosas, escribir una carta pidiendo algún regalo en especial y saludando afectivamente a los desconocidos, pero benévolos señores viajeros. También en la tardecita de ese verano, juntamos muchísimo pasto cortado con nuestras manos. Discutimos entre hermanos por esto. Ellos creían que, si tenían mucha comida y mucha agua, los camellos se quedarían comiendo bien y tal vez en agradecimiento por tal gesto solidario, pudieran dejar más de un regalo o un regalo más grande. Mi creencia era que, si en todas las casas comían y bebían un poco, no tendrían tanta hambre al llegar a la nuestra. Y el esfuerzo no tendría sentido. Pero acepté lo que decidió la mayoría. Igualmente, si los camellos se quedaban mucho más tiempo en nuestro patio, sería mucho más extenso el tiempo que tendría para observarlos. Podría por ejemplo ver los detalles de sus coronas y si es cierto que uno de ellos es de piel color negra. También me intrigaban las montañitas que tenían en sus espaldas los camellos. Casi que frotaba mis manos de regocijo por lo que estaba por suceder. Por supuesto que mantuve mi plan en secreto. Me refiero a tratar de espiar en medio de la noche la llegada de los Reyes, cosa que no había logrado ningún niño de mi edad por esos días. Si se lo hubiera confesado a mis hermanos, estaría en dos problemas. Mi hermana, una niña curiosa para bien en todo caso, era muy lengua suelta y hasta sería capaz de contarle a alguno de nuestros padres de mi idea. Ella no tenía filtro, y varias veces en nuestra convivencia pecó de hacer de chusma y contarles a terceros, cosas que eran privadas de la familia. Mi hermano en cambio, me hubiera pedido compartir la experiencia, pero como era medio miedoso a los fantasmas, a los dioses y a algunos relatos de terror, seguramente entorpecería mi plan. Con estos argumentos me bastaban para no creerme egoísta en mi emprendimiento.
Cuando nos sentamos a cenar, hubo que esperar que la polenta se enfriara, mientras tanto nuestros padres como desinteresados, preguntaron cómo nos preparábamos. Cada uno contó su versión de modo entusiasta y cuáles eran sus expectativas. A mi se me ocurrió hacer una pregunta que intentaba entender algo más, pero que fue respondida ferozmente por mi padre. Crecí con la curiosidad en mis bolsillos, tal vez para bien, tal vez para mal. La experiencia de ser curioso me ha dejado diversos saldos. Pero no tengo ningún arrepentimiento por ello.
Mi pregunta fue… ¿Por qué los Reyes Magos no habían venido antes a nuestra casa? A lo que mi padre respondió: – Ustedes que se portan tan mal, que nos hacen renegar siempre ¿Creen que se merecen que les hagan regalos? Y cerró la respuesta diciendo…”es hora de irse a dormir”. Nos miramos entre hermanos como acusándonos mutuamente de mal comportamiento y obedecimos sin chistar irnos a la cama. Serían las nueve de la noche.
Todo mi plan seguía vigente. Cada tantos nos testeábamos entre nosotros para saber si estábamos despiertos. Todo esto sin hacer mucho ruido ya que aquellas paredes, escuchaban. Mirábamos la ventana que daba al patio donde estaban nuestros zapatos, el pasto y el agua. Teníamos los oídos atentos a cualquier ruido extraño. Todo estaba oscuro, solo un poco de luz se filtraba por debajo de la puerta que daba al comedor, donde se quedaron nuestros padres hablando y compartiendo un Té de hebras. Era una costumbre nocturna compartirlo servido en una jarra de losa que moldeaba a un gallo, al que le faltaba una cresta en el borde superior. Una bombilla permitía succionar por turnos, sin que las fibras pudieran ser tragadas. Era un ritual hermoso. Y mucho mas cuando en lugar de Té la infusión era de Café. Fue uno de los pocos momentos familiares bellos.
Al rato mis hermanos estaban durmiendo. Es difícil establecer qué hora sería, pero mis padres solían acostarse a medianoche. Supuestamente después, se dormirían. Mi madre entró a nuestra habitación y observó que todo estuviera bien. Era un acontecimiento de rutina. A veces nos tapaba, a veces no hacía un mimo. Un comportamiento natural materno.
El cansancio es algo que puede jugarnos en contra. Mis ojitos parpadeaban. Giraba mi cabeza buscando distraerme con las imágenes que daban las oscuridades. Ya no tenía cómplices que me mantuvieran despierto. Todo estaba preparado para cumplir con el deseo de saber algo más sobre los Reyes Magos. Pero esa, como tantas otras noches los hilos de la telaraña de Marfeo hizo que mis ojos se pegaran hasta la mañana siguiente. Nada de lo sucedido pude ver, ni oír, ni oler.
Desperté abruptamente y mis hermanos ya se habían levantado. Salté de la cama en calzoncillos sin lavarme la cara y corrí hasta donde estaban mis zapatos sin siquiera saludar. Sobre ellos, posaba un pequeño paquete de papel azul. Era como un cubo rectangular y no tuve la paciencia suficiente para adivinar, por lo que empecé a romper el envoltorio hasta descubrir de qué se trataba. Era un camión de guerra. De color verde militar con algunas manchas claras y otras oscuras de camuflaje. Pequeño, con seis ruedas, con una cúpula para los que manejan y una cajuela abierta detrás, donde viajaban unos soldados sentados en dos filas laterales. Estaba contento y triste. Por sobre todo triste. Mi hermano recibió un juguete igual. Lo que traía un problema mirando hacia el pasado y otro mirando hacia el futuro. El primero era qué, si mi comportamiento había sido muy superador en cuanto al suyo… ¿Por qué nos regalaron lo mismo? Y el segundo problema, era qué existía la posibilidad de confundirse en cuál era de quién y eso permitiera peleas y peleas.
También estaba decepcionado conmigo. A pesar de tener todo planeado, no pude lograr ver a los Reyes Magos como había pensado.
Al terminar mi desayuno, me fui corriendo hasta la casa de mi mejor amigo, que vivía a la vuelta, llevando mi juguete para mostrarle. Casualmente él venía para mi casa para contarme su experiencia. Casi nos chocamos en la esquina. ¡Lo primero que dijo fue…-Vení, vení, que en casa los Reyes te dejaron algo para vos!!! Corrimos llevados por la poderosa succión del misterio. Al llegar a su casa me dio un blando paquete que abrí sin dudar. Adentro había una camiseta de fútbol, un pantalón corto y un par de medias deportivas. Saltaba de feliz. Tomé mi camión y le dije; -Esto te lo trajeron en mi casa para vos! Él Festejó más que yo. Sus padres propusieron que nos probemos las ropas nuevas y una vez vestidos de jugadores nos sacaron una foto que inmortaliza el momento.
Volví a mi casa, le conté a mi madre, a mis hermanos. Creo que por dos días vestí esa ropa. Mi padre, hincha fanático de aquel equipo, tan asombrado por lo ocurrido, en ningún momento me preguntó si me había gustado el regalo que me habían dejado en casa.
Esta experiencia, fue una de las felicidades mas extensas de mi niñez…
elduendeoscar
Escrito en “La casa encantada” De Mar del Tuyú. El 6 de enero de 2018. En base a la experiencia ocurrida el 6 de enero de 1966. En la foto, junto a mi eterno amigo, el Ricky Sarrío, posando con los regalos.